sábado, 7 de noviembre de 2009

EPISODIO I. Toda historia tiene un principio

Aquí comienzo con este diario un tanto especial. Todo comenzó el martes 27 de octubre del 2009. Bueno realmente comenzó unas semanas antes, pero no voy a entrar en detalles que a nadie importan. Como iba diciendo todo comenzó el día 27 de octubre. Lucía llevaba unos días de retraso (se entiende que me refiero al periodo). Sé que muchos dirán que es algo normal, pero aun así la preocupación empezó a hacer mella en nosotros. Al día siguiente, día 28, decidió comprar una prueba de embarazos. Se decidió por el último modelo de detectores que además de decirte si estás o no embarazada te dice las semanas, te da la hora y te canta mientras esperas el resultado, y todo ello con una fiabilidad del 99%. Nos vamos a dormir y al día siguiente, 29, a primera hora hacemos la prueba. Lucía, medio dormida ni lo mira, se vuelve directamente a la cama (he de decir que eran las 05.30) yo, ni corto ni perezoso, me levanto y voy a mirar. Ni la más remota idea de cómo funciona el aparato, después de mirarlo un buen rato y golpearlo repetidamente llego a la conclusión de que está roto.
Día 31, optamos por comprar un “predictor” de los de toda la vida, es decir el palito en el que hay que orinar y aparecen una serie de rayas. En este caso la prueba pueda realizarse a cualquier hora del dia con lo que esperamos impacientemente a que tenga ganas de ir al baño. una hora hora más tarde y unos cuantos vasos de agua después hacemos la prueba y nuevamente Lucía lo deja y se marcha antes de ver el resultado. Entro yo al baño a mirarlo y soy el primero en ver el resultado. Después de contar las rayas varias veces para asegurarnos que habíamos contado bien y cerciorarnos que tanto ella como yo sabíamos contar hasta dos, además de leer varias veces las instrucciones de uso por si lo habíamos mal interpretado, llegamos a la conclusión ¡Estamos embarazados!. Ese día tenemos comida con sus padres y hermana. Preferimos no decir nada hasta que visite al ginecólogo y estar seguros. Y allí que nos dirigimos los dos, a casa de sus padres, con una cara de imbéciles que no tenía precio y sin poder evitar una sonrisa de oreja a oreja.